miércoles, 14 de octubre de 2009

Zapatillas nuevas


La profesora levantó la vista para decidir quién saldría a la pizarra a corregir el último ejercicio.
—Bien Luis sal tú y sorpréndenos para variar.

Él, que hasta ese momento había permanecido ajeno a lo que ocurría en la clase, se sobresaltó, y justo cuando iba a levantarse sonó el timbre del recreo.
—Salvado por la campana, pero no te confíes, mañana a primera hora serás tú quien salga a corregirlo.

El chico, que no había dejado de mirar el reloj durante toda la clase, corrió hacia la puerta para subir cuanto antes al patio y poder jugar por fin la final contra los de 6º B. Hoy estrenaba zapatillas y estaba deseando demostrar lo que era capaz de hacer con ellas. Su madre siempre se empeñaba en comprarle el calzado dos tallas más grandes para que le sirviesen durante más tiempo y había tenido que atarse los cordones con mucha fuerza para poder andar bien.

No sirvió de nada. Diez minutos más tarde, en un tiro a puerta, la zapatilla de Luis salió disparada y para su sorpresa, sobrepasó la alambrada de encima de la valla y cayó en la calle.
Otro niño salió a sustituir a Luis al campo, y éste, aprovechando que los cuidadores estaban de espaldas a él, subió la valla para ver qué había ocurrido.

—Mira Javi, ahí está —le dijo al único compañero que no estaba pendiente del partido.
—Yo no puedo subir ahí para verlo —contestó el otro desde abajo.
—Deja el bocadillo y dame la mano, que te ayudo a subir.

No le resultó nada fácil tirar de su amigo, que pesaba más del doble que él, pero al final consiguió que alcanzase la altura suficiente como para ver su zapatilla tirada a un lado de la acera.

Los dos permanecieron callados, observándola, pensando cómo podrían recuperarla, hasta que vieron acercarse a un chico que paseaba con su perro.

—Oye tú, ¡aquí arriba! —Luis, nervioso, sacaba el brazo por la verja para intentar llamar su atención— ¿Qué pasa, es que no oyes? ¡Arriba, en el patio!

Entonces el chico se quitó los cascos que llevaba puestos y les miró desafiante al tiempo que su perro les ladraba desde abajo.

—Tírame la zapatilla, ¡ahí, ahí! Al lado del contenedor.

El chico se giró y sonrió al ver la zapatilla tirada en la acera. El perro corrió hacia ella y comenzó a mordisquearla.

—¡Quieto Tor! —le gritó, mientras se la quitaba de la boca.
—Tíranosla, tíranosla —gritaba Luis impaciente.

Pero el chico se giró hacia el contenedor que había justo al lado y dijo:
—A mi me han enseñado que hay que reciclar.

Y mientras se reía metió la zapatilla en él, y sin ni siquiera mirarles volvió a ponerse los cascos y se marchó.

—¡Las zapatillas no se reciclan en el contenedor de vidrio, idiota! —gritó Javi desde arriba, y volviéndose hacia su amigo le dijo— ¿Has visto lo que acaba de hacer ese gilipollas?
—Yo no puedo volver a casa sin mi zapatilla, Javi, me la voy a cargar que es nueva. Mi madre me mata.

Sonó el timbre de las once y media y los niños corrieron a ponerse en las filas de sus clases para volver a entrar.
Luis se acercó a la profesora de matemáticas para pedirle permiso y poder salir a recuperar su zapatilla.

—Ya estás haciendo el tonto otra vez, ahora no puedes salir a la calle que tienes clase, ya la recogerás a la salida —le dijo y sin darle tiempo a decir nada se dio la vuelta y se marchó.

—Bueno Luis —le tranquilizó Javi— por lo menos sabemos que está ahí metida, a la salida vamos a por ella.

A Luis aquel plan no le convenció del todo, pero no tenía otra opción.
Se le hicieron las dos horas y media más largas de toda su vida, y en cuanto dieron las dos en punto salieron corriendo hacia el contenedor. Sin embargo era demasiado tarde. El vidrio ya estaba en el camión y el conductor había arrancado para llevárselo.
Los dos salieron corriendo tras él, gritando y haciendo gestos para que parase. El conductor al verles se detuvo y sacó la cabeza por la ventanilla.

—¿Qué es lo que pasa? Hombre Javi, si eres tú.
—¿Le conoces? —preguntó Luis a su amigo.
—Es Germán, mi vecino del primero —le dijo, y luego se acercó a la ventanilla para hablar con él— pues es que hoy se jugaba la final contra 6º B y Luis estrenaba zapatillas nuevas y…
—Mi zapatilla estaba dentro del contenedor y tengo que recuperarla —interrumpió Luis al ver que la explicación de su amigo iba a llevar demasiado tiempo.
—¿Y cómo ha llegado tu zapatilla al contenedor? Bueno, es igual, el caso es que yo no puedo buscarla aquí, y menos ahora, que voy con retraso y tengo que llevar el camión a la planta para que se lo lleve mi compañero.
—Pero es que era nueva, y si vuelvo a casa sin ella mi madre me va a matar.

Germán, al ver que los ojos del niño se volvían vidriosos por la desesperación, les propuso llevarles con él a la planta de reciclaje para recuperarla, y después les traería de vuelta al barrio.
Los dos niños llamaron a sus madres desde el móvil de Germán, y les contaron que iban a comer a la casa del otro, para que no se preocuparan.

La planta de reciclaje estaba a unos kilómetros de la capital. Al llegar, Germán se bajó del camión y se acercó a la garita del vigilante. Éste miró a los dos niños con desconfianza, pero finalmente asintió y los tres pudieron acceder al recinto.

—Esperad aquí a un lado mientras mi compañero y yo vaciamos el camión. Después buscaremos la zapatilla.

Los niños se sentaron en un bordillo. Luis sacó una manzana de su mochila y se la ofreció a Javier, suponiendo que estaría hambriento. Tenía que habérsela comido en el recreo, pero estaba tan pendiente del partido que se le había pasado y ahora, la tensión que tenía por no haber recuperado aún su zapatilla, le había cerrado el estómago.

—Gracias tío, me muero de hambre.

Junto a ellos había tres montones enormes a los que miraban alucinados. Quién les iba a haber dicho solo unas horas antes que tendrían la oportunidad de estar en una planta de reciclaje. La única planta de reciclaje de vidrio que había en todo Madrid.
En uno de los montones el vidrio era blanco, y estaba tan triturado, que si no hubiera sido porque sabían donde se encontraban, habrían pensado que se trataba de una montaña de sal. Al lado había otro similar pero de color verde, y un poco más a la derecha se encontraba el tercero aún sin depurar, con los trozos más grandes.
Enfrente una enorme nave que contenía toda la maquinaria necesaria para seleccionarlo, separarlo por colores y tratarlo según conviniese. Todo eso se lo explicó Germán durante las dos horas siguientes. El funcionamiento de toda la planta, incluso les enseñó algunas salas, y es que no contaban con que estarían allí más de lo previsto.

—Tenemos un problemilla chicos —les dijo Germán— hemos encontrado una pistola entre los cristales y hemos tenido que avisar a la guardia civil.
—¿Una pistola de verdad? —Javi no podía estar más excitado— ¿Cómo las de las pelis?
—Me temo que sí, y ahora tenemos que esperar a que los guardias la confisquen y nos den permiso para coger la zapatilla.

Por lo visto aquello no era algo ocasional. Como les contó era bastante habitual encontrar objetos que nada tenían que ver con lo que la gente debería echar en esos contenedores. Muchos de ellos eran objetos macabros o peligrosos, como navajas, alguna que otra urna con cenizas de difunto, e incluso en una ocasión encontraron una catana de más de un metro.
En esos casos el protocolo les obligaba a avisar a la guardia civil, por eso Germán no parecía tan desconcertado como lo estaban los dos amigos.

Un par de horas después les acercaba a sus casas, y esta vez los dos niños iban perfectamente calzados.
Cuando la madre de Luis le abrió la puerta eran cerca de las seis.

—¿Qué tal campeón, cómo ha ido el partido? Seguro que tus zapatillas han sido las protagonistas.

—Sí, bueno, las zapatillas han sido las protagonistas durante todo el día, pero ahora estoy hambriento, ¿qué hay de merendar?

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Evilla, genial lo de aprender juntas...y lo de que el profe -de momento- no meta más caña. Besitos, ya era hora de que pusieras algo en el blog ;-), bienvenida de nuevo a las letras

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