miércoles, 21 de octubre de 2009

Premio Planeta


Conocí a Raquel del Valle cuando tenía quince años. Siempre fue como ahora, entusiasta, soñadora y valiente. Muy valiente, eso fue lo que más me llamó la atención de ella cuando la conocí.
Coincidimos en clase en 2º de B.U.P. y desde entonces hemos sido inseparables. Juntas hemos podido con todo.

Superamos la muerte de su perro Scottex, mi operación de apendicitis, su esguince de codo, todos nuestros desengaños amorosos… Siempre me acompañaba a mis exámenes prácticos de conducir y me invitaba al cine en cuanto acababa, para hacer más llevaderos mis suspensos. Mis seis suspensos.

En fin, lo compartimos todo. Los momentos malos pero también los buenos. Por eso el jueves pasado no podía ser menos y allí estábamos las dos, a las siete en punto, en el cóctel de la antesala de la ceremonia del Premio Planeta 2009.

Raquel lleva años escribiendo, ya lo hacía cuando yo la conocí. Su especialidad son los microrelatos, de hecho, hasta el año pasado nunca se había atrevido a escribir nada que ocupase más de dos o tres páginas. Siempre bromeábamos con que el día menos pensado ganaría un premio muy importante.
Una noche entre copas de vino y mojitos la piqué para que escribiera algo largo y lo que en principio comenzó como una broma se convirtió en una novela de más de doscientas páginas.

Así que allí estábamos las dos, tan ilusionadas como un niño al descubrir el salón lleno de regalos el día de Reyes. A nuestro alrededor todo era gente elegante sonriendo y saludándose entre sí.
No podíamos creer que estuviéramos compartiendo canapés con tantos escritores a los que admirábamos. Por supuesto ellos nos ignoraban, pero a nosotras eso nos daba igual, ahí estábamos, vestidas de princesas, como había dicho Raquel al subir al taxi, y solo queríamos disfrutar.

Raquel me contó cómo funcionaban estos premios. Me dijo que el jurado lo formaban siete escritores españoles ya consagrados. “Pero yo creo que se sabe quién va a ser el ganador casi antes de que comience a escribir la novela” decía. En fin, ella estaba segura de que solo estábamos allí, no porque se hubiera presentado, que eso podía hacerlo cualquiera que cumpliera los requisitos, sino porque su amigo Fran, que trabaja en la agencia que organizaba el evento, le había conseguido dos pases.
Sabía que no optaba al premio, eso era evidente, estábamos ahí solo para poder vivir la experiencia, y desde luego no íbamos a desaprovechar la ocasión.

La sala en la que se iba a entregar el premio era enorme y diáfana. La cercanía al escenario dependía de la experiencia y los premios que había conseguido el escritor. Por lo tanto nosotras nos sentamos casi al final, precedidas por una hermosa columna que nos impedía ver todo el escenario de una sola vez.

—Mira el tercer asiento por la derecha, en la tercera fila, Mila Cuenca, es la favorita. Ella y Gustavo Esteban, que ahora no le localizo, pero debe andar por esa zona.

Me encantaba ver a Raquel tan contenta.

—Tengo que ir al baño —le dije— voy a aprovechar ahora, antes de que empiece y me pierda el momento en el que te nombran ganadora.

Las dos nos reímos y yo salí de nuevo al vestíbulo. Apenas quedaba gente por los pasillos, la gala estaba a punto de comenzar, y solo me crucé con algún invitado despistado que corría al salón. Ni rastro de los aseos. Bajé unas escaleras que tenía próximas con la intención de dar por fin con el dichoso baño, porque aunque suponía que este tipo de eventos comenzarían con retraso, no quería perderme ni un segundo de lo que ocurría allí.

Me pareció oír un ruido detrás de una de las puertas y supuse que si bien no daba con el baño, encontraría a alguien a quien poder preguntar por él. Nada. Era una pequeña habitación con productos de limpieza que aparentemente estaba vacía. Pero entonces volví a escuchar algo, como un susurro, me asomé detrás de un armario que dividía la habitación en dos partes, y vi la escena más bochornosa con la me he encontrado en toda mi vida. Dos señores en una actitud muy comprometedora. Uno de ellos se encontraba de pie con los pantalones bajados y tapaba la boca del que se hallaba de rodillas delante de él. No habría reconocido al que estaba en el suelo, si no hubiera sido porque unos minutos antes Raquel me había contado que se trataba de uno de los miembros del jurado. Por lo visto había escrito infinidad de novelas, y aunque a mí ni siquiera me sonaba su nombre, Raquel decía que era uno de sus escritores favoritos. Aunque la mayor sorpresa me la llevé al advertir que el que se hallaba de pie, pegado a mí, intentando taparse la cara en un gesto desesperado, era el Ministro de Cultura. Ese señor tan correcto, del opus, que salía tantas veces en la tele con cara de no haber roto un plato en su vida, casado y con tres hijos.

La escena debió durar dos o tres segundos, el tiempo justo que tardé en mirar a ambos, pedir disculpas y salir a toda prisa, aunque a mí me parecieron horas.

Subí los peldaños de las escaleras de tres en tres, solo quería salir de allí y olvidar lo que acababa de ocurrir, cuando de repente me paré en seco. Sin pensarlo escribí una nota en mi libreta, arranqué la hoja, volví a entrar a toda velocidad en el cuarto, hice una foto con el móvil lo más rápido que pude, les tiré la nota y esta vez sí salí corriendo y no me detuve hasta llegar a mi asiento.

Raquel me dijo que iban con retraso y que no me había perdido nada interesante.
—Desde luego que no —pensé yo.

Por fin, unos quince minutos después salieron los miembros del jurado. Vi cómo el Ministro se sentaba en uno de los palcos principales rodeado de guardaespaldas y me pregunté cómo había sido capaz de quitárselos de encima solo unos minutos antes.

Tardaron casi una hora más en dar el nombre del ganador. Una introducción sobre la historia del concurso, las charlas de los dos últimos galardonados y por fin el momento estrella. Se hizo el silencio. Una chica muy guapa salió por uno de los lados del escenario y entregó un sobre cerrado a uno de los miembros del jurado que estaba de pie a un lado. Éste lo abrió y miró el contenido. Aunque trató de disimularlo no pudo ocultar su sorpresa, antes de leer lo que ponía se giró disimuladamente hacia el resto de miembros del jurado, que le miraban sin saber muy bien a qué se debía tanta expectación.

Todos le miraron excepto uno que alzaba los ojos hacia los del Ministro, que le devolvía la misma mirada seria y preocupada, mientras subía ligeramente los hombros dándole a entender que no tenía otra opción.

—Y el premio Planeta 2009 es para la novela: Escarabajos rotos, de Raquel del Valle.

2 comentarios:

Ana dijo...

Evilla, esto promete ;-)
Va a ser un curso estupendo. Me gusta cuando sonríes contando historias...aunque aparezcan los Reyes Magos, jejeje. Un besazo

Jorge dijo...

Bueno, Eva, te has puesto el listón alto. Ahora tus fans se han creado espectativas y no van a querer relatos peores.

Ahora toca hecho autobiográfico. Mmmmm, qué pereza da escribir sobre uno mismo. Aunque sea retorcer un suceso real.

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