viernes, 17 de abril de 2009

La realidad

Mario me llamó para quedar, había discutido con su novia y le apetecía verme. Fuimos al Irish Rover porque se había enterado de que tocaba un grupo de ska que conocía.
Él sabe que odio el ska, y también que ayer estaba cansado y no me apetecía salir, pero todo eso le dio igual. Como siempre, acabó convenciéndome para ir.

El sitio estaba hasta arriba, y aproveché cuando Mario fue al baño para acercarme a la barra y pedir un par de cervezas. Pero para variar la camarera me ignoró, y tuvo que ser él, a la vuelta el que pidió tres tercios.

—¿Tres? —le pregunté extrañado.
—Si, es que me he encontrado a un amiguete en el baño, va a tomarse una con nosotros.

Cuando llegó el tal Miguel, que así se llamaba, me lo presentó y nos fuimos los tres a una de las mesas que había al lado del escenario.
La música estaba tan alta que apenas podíamos oírnos. O mejor dicho, apenas podía oírles yo porque ellos sí parecían entenderse muy bien. No paraban de reír y mirar a todas las chicas que había en el bar.

Sólo una vez les interrumpí para preguntarle a Mario si ya estaba mejor después de la bronca con su novia, pero fue peor. Me lanzó una mirada que me hizo sentir como un aguafiestas total. Me dijo que era en ese momento, precisamente, cuando no tenía que pensar en ella. Y después de decirle algo a Miguel al oído, los dos se levantaron y se lanzaron a la pista para bailar. Bueno, bailar por decir algo, porque lo que hacía la gente era pegar saltos y caer unos encima de otros.

Otra vez esa sensación. Esa que acababa sintiendo siempre que quedaba con Mario. Como si se aprovechase de mí. Como si tirase de mí solo cuando a él le interesara.

Les observaba desde la mesa, y pensaba lo distintos que éramos los dos. No recordaba exactamente en qué momento nos habíamos conocido, ni por qué nos habíamos hecho tan amigos, siendo tan diferentes. Pero por alguna extraña razón, yo siempre acudía a su lado incondicionalmente, cuando él me necesitaba.

Cuando acabó la canción volvieron a la mesa, y Mario le pidió a uno de los camareros que pasaba por allí que nos trajera tres cervezas más.

—¿Tres? —preguntó asombrado.
—Si, tres, si somos tres queremos tres cervezas

Cuando el camarero regresó, dejó los tercios en la mesa y volvió a preguntar:

—¿Quieres que recoja también estos dos que están sin terminar?
—Claro que están terminados, lo poco que pueda quedar ya estará caliente.

No entendimos muy bien a qué había venido esa pregunta del camarero, pero en seguida lo ignoramos porque Miguel hizo un gesto con la mano a unas chicas que estaban sentadas en una mesa cerca de la nuestra. Ellas no paraban de mirarnos. Cuchicheaban y reían todo el rato.
A mi más bien me parecían tontas con tanta miradita y tanta risa que no venía a cuento, pero Miguel se empeñó en que habíamos ligado.

—Me quedo con la morena —decía.

Intenté convencer a Mario de que pasáramos de ellas, pero también a él parecía gustarle aquel juego.
De repente la morena se levantó, se puso el abrigo y salió del bar, pasando por nuestra mesa y sonriendo a la vez. Gesto que Miguel interpretó como una indirecta y se apresuró a seguirla.

—Lo siento chicos, pero esta a mi no se me escapa. Nos vemos pronto.

Y tras darnos la mano a ambos se marchó a toda prisa. Dejando, esta vez sí, el tercio a medias.

Para mi fue un alivio que Miguel se marchara, porque por fin podría charlar con Mario, que en definitiva era para lo que habíamos quedado. Pero entonces él les dijo a las chicas si querían sentarse con nosotros.
Ellas se miraron, se rieron y decidieron venir, pero yo ya no estaba dispuesto a aguantar más. Me levanté cuando las dos chicas se sentaron a nuestro lado y le dije a Mario que me marchaba.

—Pero cómo vas a irte tío, ahora que han venido ellas. Anda quédate.

Las chicas le miraban atónitas y una de ellas le preguntó:

—¿Pero por qué hablas solo todo el rato?
—¿Cómo? —preguntó Mario extrañado.
—Llevamos un buen rato fijándonos en ti, y no paras de hablar solo. Parece que mantienes una conversación con alguien, pero no hay nadie más en tu mesa. Estás solo y actúas como si hubiera alguien más ¡Hasta pides las cervezas de tres en tres!
—¿Te estás preparando para actor o algo así? —preguntó la otra. Y otra vez risas.

Entonces miré a Mario. Le había cambiado la cara por completo. Ya no estaba contento. Parecía como ausente, como si de repente hubiera sido consciente de la realidad y sintiera pánico por ello.
El mismo pánico que sentí yo en ese momento, al darme cuenta de que en realidad no existo.