viernes, 6 de marzo de 2009

El privilegio de ser despertador

Hoy hace dos años desde que empecé a trabajar. Dos años desde que Marta y Miguel me compraron.
Antes vivía en una pequeña tienda de la calle Pez. No es que estuviera mal allí, porque éramos muchos los objetos que compartíamos estantería, pero es que yo siempre tenía la ilusión de que me comprase alguien muy pronto, para poder independizarme y empezar a trabajar cuanto antes.

Mucha gente entraba en la tienda y me observaba. Les llamaban la atención mis lunares de colores y se acercaban a manosearme. Me daban la vuelta y me ponían en marcha para escuchar mi alarma, pero al final siempre había algún detalle que no les convencía y volvían a ponerme en la estantería.

Afortunadamente un par de semanas después, Marta decidió que era monísimo y que quedaría perfecto en una de las mesillas de su habitación.

Pues vaya cómo pasa el tiempo, porque de este momento hace ya dos años. Dos años ejerciendo día a día mi labor, un trabajo que os aseguro que no resulta nada fácil porque cuesta mucho mantenerse despierto mientras el resto de personas y objetos duermen.
No es nada sencillo aguantar noches y noches en vela, hasta sonar por fin al amanecer. Exactamente a la hora en la que haya sido programado. Ni un minuto antes, ni un minuto después, para no ser reemplazado.

Hay noches en las que me cuesta más aguantar, y agradezco mucho el insomnio que desde hace unas semanas sufre el grifo del cuarto de baño. Para intentar dormir se pone a contar gotitas que deja caer sobre el lavabo, y ese ruido me espabila y me permite seguir con mi tarea.

La puntualidad es algo que he llevado siempre muy a rajatabla. Sé que lo peor que le puede pasar a un despertador es no sonar a su hora, porque enseguida te tiran a la basura y compran otro. Siempre he tenido ese miedo, pero esta noche pasada ha sido diferente.

Desde hace tiempo Miguel ya no duerme en casa y Marta está mucho más pensativa de lo normal, sé que algo no va bien, apenas descansa, se desvela y no para de dar vueltas en la cama.
Es lo bueno que tenemos los de mi gremio, el privilegio de ser testigos de estas cosas. Tenemos una visión más real de los sentimientos de las personas con las que compartimos cuarto.

Últimamente tiene ojeras, está triste y no puede dormir. La he cogido mucho cariño después de todo este tiempo, y llevo días pensando cómo podría ayudarla, hacerla reír, conseguir animarla.
Pero tengo tantas limitaciones por mi condición de despertador, que la única cosa que creía que estaba a mi alcance era no sonar a la hora y dejar que ella siguiera durmiendo. Estaba seguro de que si no descansaba enfermaría, y no podría soportar saber que pude haber intentado algo y no lo hice.
Pensé que era buena idea porque se le notaba agotada, pero corría el peligro de que al día siguiente ella creyese que yo ya no funcionaba correctamente, y me tirase. O peor, que me guardase en algún cajón y me dejase inactivo para siempre.

Uff ¿qué hacer? sus desvelos se habían convertido en mi desvelos. Me tiré varias noches pensando si dejarme llevar por mi deseo de ayudar a Marta, o ejercer mi labor correctamente, mi vocación. En definitiva hacer lo que se esperaba de mí, para lo que he sido creado y de este modo asegurar mi puesto de trabajo.

El miedo ha perder mi razón de ser, y el ser consciente de que no debería meterme donde no me llaman, hizo que decidiera no intervenir y seguir con mi labor con puntualidad, como había hecho hasta ahora.
Pero esta noche pasada no lo he podido evitar. No podía soportar oírla llorar, esta noche le ha costado todavía más conciliar el sueño. Se ha quedado dormida sólo unos minutos antes de la hora, y casi a las siete de la mañana, diez segundos antes de empezar a sonar, he hecho fuerza para bajar yo solo mi pestaña, y apagarme. Con el deseo de conseguir que ella se recuperase, pero con el miedo ante la posibilidad de no despertar nunca más.

Pero aquí estoy otra vez, loco de contento, esta noche Marta me ha vuelto a activar y no estaba enfadada. Parece que ha surtido efecto. Incluso la he escuchado hablar antes por teléfono con Miguel. Le ha dicho que estos días había estado tan ida, que ayer hasta olvidó poner el despertador, que le echaba de menos y que estaba deseando que él volviera a casa.
Parece que se van a arreglar las cosas entre ellos porque sonreía.

Hace ya un buen rato que duerme, esta vez sí lo ha conseguido. Esta noche ni siquiera el grifo del cuarto de baño gotea, y yo estoy tranquilo, a gusto, orgulloso de los dos años que llevo trabajando aquí. Deseando seguir haciéndolo muchos años más, ahora que sé que Marta confía en mi y no me reemplazará.