martes, 5 de mayo de 2009

La radio

Esta mañana he terminado de empaquetar las pocas cosas que aún me quedaban pendientes. Entre ellas estaba la radio que heredé de mi abuelo.

En un primer momento tiré la radio a una bolsa de basura que había improvisado en la cocina. Pero finalmente el poder de atracción que parece ejercer sobre mí, ha conseguido que la rescatase de la bolsa y la guardase en una de las cajas que han ido a parar a mi casa nueva.

Así que ahora me encuentro aquí, sentado en el sofá de mi nuevo salón, con la radio sobre mis rodillas. Preguntándome cómo es posible que me la haya traído, y recordando el día que llegó a mi antigua casa.

Aquel día llevé la radio a mi habitación por la noche y una vez en la cama comprobé si realmente funcionaba. A pesar de tener casi 50 años se encendió a la primera.
Nunca se me olvidará aquella noche. Había sintonizado una cadena de música clásica, así que giré la rueda para ver si era capaz de sintonizar el resto de cadenas, como cualquier radio normal.

De pasada me pareció escuchar la voz de Consuelo, la portera. Volví a retroceder y de nuevo estaba allí su voz. ¿Había ido la portera a un programa de la radio y no nos lo había comentado a todo el barrio? No podía ser.
Continué escuchando, pero entonces me dí cuenta de que no se trataba de un programa. Estaba manteniendo una conversación con Paco, su marido. Me acerqué el aparato a la oreja. Podía escuchar el televisor de fondo, sin duda. Así que por muy raro que me pareciera, en ese momento fui consciente de que acababa de sintonizar una conversación en el salón de la portera de mi edificio.

Inmediatamente apagué la radio y me dormí. Lo que acababa de suceder era imposible y probablemente se debiera a la falta de sueño que arrastraba desde que mi abuelo había muerto.

Me tiré todo el día siguiente en el trabajo dando vueltas al asunto de la radio, así que nada más llegar a casa, por la noche, le encendí, y de nuevo la misma escena. Esta vez hablaban en la cocina, mientras cenaban. Y entonces Paco digo:

- ¿Y cuándo vas a dejar de robarle las revistas al chaval del segundo?
- Seguro que él ni se da cuenta, con lo despistado que es, además solo me he quedado con las dos últimas. Tenía mucha curiosidad por ver las fotos de los animalitos de África. Además, tú también las lees, así que no me digas nada.

No daba crédito a lo que acababa de oír. Así que me robaba mis revistas de National Geographic, no podía creerlo. Era verdad que llevaba un par de meses sin recibirlas y no me había dado ni cuenta.

Al día siguiente le comenté a la portera si sabía qué podía estar pasando con mis revistas. Ella se puso colorada pero por supuesto negó saber nada al respecto, y me dijo que le preguntaría al cartero para ver si podía averiguar algo.

Al subir a casa encendí la radio y escuché cómo le contaba a su marido la conversación que acabábamos de mantener y avergonzada le decía que no lo volvería a hacer.

Los siguientes días no encendí la radio porque me sentía un poco mal por espiar las conversaciones de mis vecinos.
Pero una tarde me encontré en el portal con Silvia, la chica del cuarto, que iba con una amiga. Silvia me gustaba desde que me fui a vivir allí. Nunca llegué a decirle lo que sentía por ella, pero siempre pensé que era mutuo porque era muy simpática conmigo. Casi todos los domingos por la tarde bajaba a mi casa a tomarse un café y yo le prestaba un par de películas.
Tengo una colección enorme de dvds originales, y a ella le encantaba bajar y echar un vistazo a ver qué se podía llevar.

Llevaba días sin conectar la radio, pero ahora tenía la oportunidad de espiar a Silvia. No podía creer como no lo había pensado antes. Por fin podría saber lo que ella pensaba, y ahora que nos habíamos cruzado era muy probable que su amiga y ella hicieran algún comentario sobre mí.
Fui corriendo a mi cuarto, encendí la radio y giré la rueda hasta que conseguir conectar con su casa. Aunque minutos después deseé no haberlo hecho nunca porque escuché con todo detalle cómo se reía contándole que yo era el típico vecino pesado que iba detrás de ella, y que solo me seguía el rollo porque le dejaba películas y así se ahorraba el dinero del videoclub.

En aquel momento debí dejar de espiar las conversaciones, pero no podía evitar hacerlo y seguí escuchándolas día tras día. Y así fue como descubrí que los hijos del vecino del tercero se conectaban gratis a Internet utilizando mi conexión inalámbrica, que no había perdido la cazadora de Pepe que me costó tan cara, sino que me la robó del tendedero el novio de la vecina de abajo. Que los niños de la de enfrente se limpiaban los zapatos en mi felpudo cuando los traían llenos de barro para no ensuciar el suyo y que no les regañara su madre, o que todos pensaban que el gilipollas que había puesto la música tan alta hacía un par de semanas había sido yo, ya que fue lo que había dicho el vecino del primero, en la única reunión de vecinos a la que no he podido ir, a pesar de que había sido él el que tenía puesto a tope el bacalao.

Descubrir que todos los vecinos que me saludaban con una sonrisa al cruzarse conmigo en realidad se aprovechaban de mi, fue mucho más de lo que pude soportar. Pero no podía decirles que lo sabía todo porque escuchaba sus conversaciones en una emisora de la radio. Me habrían tomado por loco y habría sido peor. Así que dejé de conectar la radio, y dejé de saludarles yo a ellos. Ya no me hacía falta espiarles para saber que todos pensaban que era un seco y que me había vuelto un maleducado.

La situación en mi edificio se hizo insostenible, así que decidí poner la casa a la venta, y a la semana siguiente se la vendí a una sobrina de Consuelo, la portera, que estaba loca porque me fuera de allí y en cuanto vio el cartel se lo comentó a su sobrina, que buscaba piso en Madrid.
No recuero las veces que escuché a Consuelo hablar mal de mí a los vecinos, meterse donde no la llamaban o comentar con su marido las veces que yo entraba o salía de casa, que a saber en qué líos andaba metido, le decía, y seguía espiándome para pasar el tiempo. En realidad ella le hablaba mal a todos de todos, pero siempre por detrás.

Ahora, con la radio sobre mis rodillas, sentado en el salón de mi nueva casa, me pregunto qué debería hacer. Tener la posibilidad de escuchar las conversaciones de los demás sin ser descubierto puede parecer un privilegio, pero en mi caso ha resultado ser todo lo contrario. Así que decido que será mucho mejor deshacerme de ella, antes de que la ponga por curiosidad y entonces ya no pueda parar de espiar.

Bajo a la calle y justo cuando voy a echarla en el contenedor pienso que aún puedo hacer algo mejor con ella. Así que cojo el coche y voy a mi antiguo barrio, llamo al bajo y me abre la portera. Le doy la vieja radio y le hablo de sus poderes. Al principio parece reacia y no me cree, pero entonces le hago una demostración, mostrándole como le lee la lección la niña del tercero a su madre, y entonces ella se queda como hipnotizada por lo que le acabo de regalar.

Me da un millón de veces las gracias, incluso me acompaña hasta el portal. Cree que le he hecho un favor, que estaba equivocada conmigo, que le acabo de hacer el mejor regalo que cualquier portera podría haber recibido jamás. Lo que no sabe ella, todavía, es que en realidad eso solo va actuar en su contra. Por eso se lo he hecho llegar.

1 comentarios:

Ana dijo...

Sabes que siempre hay alguien al otro lado de una sombra, de un rumor, de una onda...sea quien sea y escuches lo que escuches. Ahora te toca descifrarlo, saber quién está...
un beso, como siempre que te apetezca

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